Sobre la épica

Las grandes hazañas futbolísticas, las proezas inolvidables, se miden por su improbabilidad. El 25 de mayo de 2005, hacia las 21,30 del horario peninsular español, las casas de apuestas ofrecían 188 euros por cada euro apostado a favor del Liverpool. En el descanso de la final de la Liga de Campeones, el Milan ganaba al Liverpool por 3 a 0 y los ingleses habían avergonzado a sus seguidores con un juego absolutamente lamentable. Luego ocurrió lo que ocurrió: el Liverpool se sobrepuso, marcó tres goles, aguantó la prórroga y machacó en la tanda de penaltis. Fue una victoria sobre cualquier cálculo de probabilidades.

No es el caso ante el partido de vuelta entre Barcelona y Milan. Los profesionales de la apuesta piensan que probablemente ganará el Barcelona, aunque consideran más probable que el Milan pase la eliminatoria. Pero los cálculos son muy ajustados. Según están las cosas, el éxito de unos u otros se distingue, traducido a dinero, en unos pocos céntimos. Al Barcelona, en principio, debería bastarle con un gol en los primeros 20 minutos para dar la vuelta a cualquier cálculo. No parece difícil. La cuestión cambiaría por completo si fuera el Milan quien marcara. Ahí sí estaríamos ante la necesidad de lograr una remontada de las que permanecen en el recuerdo.

Todas estas obviedades conducen a un cálculo más enjundioso, en el que la probabilidad tiene poco que decir: ¿es capaz el Barcelona de protagonizar una remontada épica? Tras el partido de Milán, el propio Xavi admitió que en el formidable historial de su equipo faltaba eso. Acostumbrada a dominar, a la formación azulgrana le cuesta remar contra corriente. Existe un poderoso argumento a favor de una respuesta positiva: si el Barcelona juega su mejor fútbol, cualquier rival resulta inferior. Y el Milan, con toda su sala de trofeos y su disciplina defensiva, no es gran cosa: pugna por el tercer puesto en la clasificación italiana.

Hay diversos argumentos, sin embargo, a favor del no. El primero de esos argumentos se refiere a la razón. El Barcelona de Guardiola y el de Vilanova funcionan de forma estrictamente racional: el dominio del balón, la ocupación de espacios y las triangulaciones responden a los principios de coherencia (ausencia de contradicciones en los esfuerzos) y economía (optimización del esfuerzo aplicado), que caracterizan a una estructura lógica. Jugadores como Xavi y Busquets son perfectos exponentes de la racionalidad.

Las grandes remontadas, las que desafían a lo probable, se caracterizan en cambio por una cierta irracionalidad. Sólo cuando la locura del que lucha contra el pronóstico se contagia al rival, cuando se rompen la lógica y el partido, se hace posible un vuelco. Un ejemplo militar sería el de la batalla en 1398 entre Tamerlán y Tugluk, sultán de Delhi. El ejército indio disponía de elefantes como fuerza de choque y disfrutaba de una amplia superioridad. Tamerlán cargó con leña a todos sus camellos, los convirtió en piras y creó así un caos absoluto. Los elefantes entraron en pánico, aplastaron indistintamente a indios y turco-mongoles y crearon una igualdad de condiciones de la que Tamerlán se aprovechó. La victoria fue suya.

El Real Madrid de las famosas remontadas de 1985 y 1986 tenía un loco que podía incendiar camellos si era necesario: Juanito. El Barcelona de Cruyff disponía de al menos un futbolista, Stoichkov, capaz de desquiciar a unos y otros e introducir un cierto caos en el juego. El Barça de ahora carece de personajes de esas características.

El segundo argumento contra el Barça se refiere a la humildad. La conciencia de la propia inferioridad ayudó al Dépor a salvar aquella extraordinaria eliminatoria de 2004 frente al Milan: perdió en Italia por 4 a 1, pero en La Coruña consiguió un 4-0. De forma simétrica, la conciencia de la propia superioridad perjudicó al Milan. El Madrid de las grandes remontadas sabía que no era, ni de lejos, el mejor equipo de Europa. El Barcelona de hoy sabe, o cree saber, que lo es.

El tercer elemento viene dado por las condiciones objetivas. Cuanto más desesperado se siente un equipo, más peligroso es. Si todas sus esperanzas están puestas en un partido, si carece de futuro más allá de esos 90 minutos y tiene que jugárselo todo a esa carta, puede convertirse en muy mal rival. Del Barcelona pueden decirse muchas cosas, pero no que se sienta desesperado: tiene la Liga casi en el bolsillo y para cuando se enfrente al Milan sabrá si está en la final de Copa.

¿Conclusión? Salvo acontecimientos prodigiosos, el Barcelona tendrá bastante con jugar bien, desplegarse por los extremos y alinear a un ariete, Villa, para hacer innecesaria la épica.